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Biblioteca Pública de Soria

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Recomendamos

Gaya Nuño


La Biblioteca Pública de Soria quiere sumarse a los homenajes que en el centenario de su nacimiento se han rendido a Juan Antonio Gaya Nuño. Y lo hace con una exposición que podrá visitarse durante el horario de apertura de la Biblioteca.


Para complementar dicha exposición el Centro de Interés de la sección de Préstamo está dedicado íntegramente a Gaya Nuño, en el cual se pueden encontrar la práctica totalidad de sus obras.
 

Biografía:
 

Retrato Gaya

Escritor, humanista, crítico de arte, amante de la cultura, Juan Antonio Gaya Nuño es una de las figuras más destacadas del siglo XX.

Nacido en Tardelcuende, siendo el hijo de un médico rural de arraigadas ideas republicanas, sus primeros recuerdos de la niñez –como él mismo dice- modelan toda una vida.

Licenciado en Filosofía y letras, y con el doctorado ya acabado, estaba preparando oposiciones a cátedra de Instituto cuando estalló la Guerra Civil. Esta truncó por algún tiempo su brillante carrera. Su vida se convierte en un reflejo de la agitada España del siglo XX. La Guerra Civil, la muerte de su padre, víctima de la represión, y su propio encarcelamiento suponen los episodios más dolorosos de su existencia.

Después de su salida de la cárcel se produce su época más fructífera, que compatibiliza primero con la dirección de las Galerías Layetanas, y después con la dirección de cursos en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. Posteriormente se integra en la AECA, asociación española de críticos de arte, llegando a ser vicepresidente. Su éxito internacional llega a la cumbre cuando en el curso 1962-63 se traslada a Puerto Rico como profesor invitado de la Universidad de Río Piedras.

Foto Gaya
La cultura le ha acompañado desde su niñez. A su tesis sobre “El románico en la provincia de Soria” se le unen 70 libros, y más de 700 publicaciones breves, folletos separatas, artículos y prólogos. En 1973 recibe el premio Lázaro Galdiano. El trabajo de Gaya en el campo del arte y la historia es minucioso y prolífico. Humanista, empleó de forma magistral su pericia literaria para realizar sus críticas de arte e historia. Fallece en Madrid el 6 de julio de 1976.
 

 

Obras de Gaya Nuño en la Biblioteca Pública:
 

A continuación hacemos referencia a alguna de las obras que pueden encontrar en el Centro de Interés de préstamo, siendo los párrafos dedicados a dichos libros un extracto de los textos de Jose María Alcalde que se pueden leer en los paneles explicativos de la exposición:


El santero de San Saturio

Santero

El primero de sus “libros estrafalarios” –así calificados por el propio Gaya– apareció en 1953 como segundo volumen de la colección de prosistas españoles contemporáneos, dirigida por Antonio Rodríguez Moñino, en la editorial Castalia de Valencia.

A través de 24 estampas que abarcan la entera vida local, el apócrifo santero –álter ego de Gaya– recorre, en un originalísimo “quincenario”, todos los rincones de la capital y aun de la provincia. Nada escapa a su incisiva mirada, ni a su descripción, que nada tiene de apológica. Por la obra desfilan mendigos, labriegos, indianos, prebostes, curas, poetas y daifas; se describen festividades, tradiciones, gentes y tipos de la tierra.

Pero El Santero de San Saturio es más de lo que parece y seguramente no es lo que parece. Reeditado en 1965 y 1986 por Austral, y este mismo año (2013) por el Ayuntamiento de Soria, sigue suscitando juicios encontrados, acaso porque pone a los sorianos ante su pasado reciente.

El Santero no es el libro de Soria –una especie de “retrato”, “interpretación” o biografía de la ciudad “del Alto Duero”–, menos aún una aproximación localista a “la vida soriana”, como parece quiere cierta línea interpretativa, sino el libro de Gaya, su biografía. Porque es Gaya quien recrea en él su “Soria existencial”, la Soria de antes de la Guerra Civil –“libro de la memoria” lo llamó Dionisio Ridruejo–, esa pequeña Soria aparentemente despreocupada y feliz en la que, sin embargo, se incubaba el huevo de la serpiente.

En este “ajuste de cuentas con la ciudad y sus habitantes” Gaya Nuño se pone del lado “de los desgraciados”, cuyas historias son abordadas con ironía compasiva. Y así va transcurriendo el “quincenario”, envuelto en una suave atmósfera de tristeza –a la que contribuye la imprecisión
temporal, lo que parece a veces ausencia de tiempo o tiempo mítico–, rota con frases –aquí y allá– que son como auténticas puñaladas que hienden el relato formalmente costumbrista.
 

Tratado de mendicidad

Tratado mendicidad

Es un libro excepcional, en todos los sentidos de la palabra, empezando por el propio título. Segundo de los libros “estrafalarios” de Gaya, fue publicado nueve años después del primero (El Santero de San Saturio). “Les llamo estrafalarios por prestarse difícilmente a clasificación dentro de los géneros literarios normales, pues que no son filosofía, ni historia, ni ensayo, ni novela, ni cuento, sino una zarabanda de prosas aglutinadas por el dictado común del título”. Estrafalarios también por “los temas que tratan, los de gentes más que modestas”, que raramente encuentran acomodo en “nuestra literatura actual”.

Bien sabía Gaya Nuño que no todo el mundo iba a entender esta obra –su autoría– y se adelantó a las reacciones que pudieran producirse: “Y no faltarán almas que de ello se escandalicen, acusándome de durísimo corazón por sacar a plaza literaria las gentes más infortunadas y llenas de desgracia de nuestro pueblo, lucrándome con ello y regodeándome con el infortunio ajeno”. No hay tal, sostiene Gaya. Solo había querido prestarles atención –como había hecho desde la infancia–, ocuparse de sus vidas, costumbres y “contexturas mentales” y otorgarles, convertidos en protagonistas de su obra, “consideración literaria”.

Este acercamiento a la mendicidad –que no mendiguez– iba “muy bien arropado de simpatía, de calor humano y amigo, de consejos, de solidaridad y de mucho más rango que hasta la ocasión presente les fuera atribuido”. E iba sobrado también de ternura y optimismo “para que la miseria no se hiciera punzante, para que el respeto a los menesterosos no se perdiera, para que el perfil humano de los protagonistas resaltase en sus más sanos y saludables relieves”. Había buscado Gaya “el lado pintoresco del mendigo sin herir su dignidad” y había atacado conscientemente “a la parte contraria, la de la fortaleza económica”. Pues “vale un pobrelo que cien ricos, y puede ser que me quede corto”.

Por lo demás, hay muy buena literatura en el Tratado. Su preocupación –casi obsesión– “por el buen escribir” dio aquí otro fruto espléndido. Abundan en él las descripciones vivísimas que nacen de su experiencia con los mendigos, especialmente los de su infancia y juventud. Son escenas llenas de frescura e ironía, a veces con perfiles muy marcados y trazos expresionistas que recrean la tragedia. Ironía y sarcasmo.
 

Historia del cautivo

en Méjico –en edición “casi anónima”, sin “sello editorial”–, por problemas con la censura franquista.

Historia cautivo

El título, que une a Cervantes y Galdós, sugiere la voluntad de situar la Historia del cautivo en una determinada tradición de las letras españolas. Quiso Gaya Nuño “resucitar” con ella el género galdosiano, cuya vigencia defendía. Dicho género convenía al propósito de su autor, que no era otro que narrar unos hechos desgraciados –el desastre de Annual, el cautiverio de los prisioneros españoles, su liberación y la petición de responsabilidades–, “ni muy pasados ni muy contemporáneos, pero de tanta trascendencia para la historia de España cual no es para dicho”.

Siguiendo el modelo galdosiano, Gaya Nuño creó un personaje de ficción, Clemente Garrido Mallén –inspirado al parecer en un cautivo real de El Burgo de Osma, Julián Vidal–,que, como hiciera Galdós con su Gabriel Araceli, situó en el centro de los acontecimientos históricos, en los que incrustó la “acción novelesca”, pero “encogida”, y “siempre inferior a los mismos”. La “trama novelesca” quedaba así muy reducida y no pasaba de “adyacencia” y acompañamiento “para que el contenido sea algo más que historia y crónica”.

El protagonista de la novela es Clemente Garrido Mallén, mozo soriano de la comarca de Almazán que fue llamado a filas y destinado a Marruecos precisamente en 1921. Este personaje de ficción –el cautivo–, con otros que le acompañan –Santos, Delfín y Contreras–, son los que protagonizan el relato, en cuanto autores de la muerte del general Silvestre. Injeridos en el fragor de los hechos históricos, se les concede incluso intervenir en ellos y modificarlos. Pero solo en lo que se refiere a la muerte del general, porque el resto de la narración se atiene a la realidad histórica y es totalmente verosímil. En realidad, la fabulación sobre la muerte del general Silvestre constituye el núcleo de la trama y sirve al autor para una tarea de reconstrucción histórica verdaderamente ejemplar.

Episodio nacional”, así es como denominó Gaya Nuño a la que posiblemente sea su mejor obra, al menos la más “ambiciosa” y “lograda”. Se trata de una novela histórica escrita en 1962 y publicada en 1966,


Los gatos salvajes y otras historias

Gatos salvajes

Editado por Taurus, en 1968 aparecía un nuevo libro de Gaya Nuño, esta vez de cuentos sobre la Guerra Civil y la posguerra: Los gatos salvajes. Después de “haber pasado la censura y mutilado por ella”, el libro, según cuenta su autor, tuvo escasa o nula difusión, puesto que el “estado de excepción” decretado a comienzos de 1969 acobardó a la editorial, “que ha decidido dejarlo dormir, esto es, incapacitarlo para siempre” (F. Yndurain). Confiesa Gaya en la Introducción sentirse poco menos que un intruso, por su tardía y osada iniciación –a los cincuenta y tantos años – en “un género que jamás ensayé: el de la narración o cuento” y confiesa que le “divierte (mucho) escribir cuentos”. De hecho, en lo sucesivo no otra cosa es lo que escribirá en materia de creación literaria.

Consta el “librillo” de doce cuentos, repartidos equitativamente entre la guerra y la inmediata posguerra, la de los ominosos años cuarenta. La guerra, “vista desde el lado republicano y con la lógica y reposada perspectiva de los treinta años desde sus hechos transcurridos.Nadie espere por ello encontrar en estos relatos el fragor de la batalla, la guerra caliente del combate en la trinchera o la sangrienta ofensiva militar, sino una serie de incidentes menores –anecdóticos unos, grotescos otros, dramáticos todos – que surgen cuando la guerra se detiene y que forman parte de su cotidianidad excepcional.

Es una guerra que tiene poco de heroica, y mucho más de vulgar, fea y absurda, de la que el autor extrae las experiencias que confieren a los cuentos –con las lógicas diferencias de Calidad – una gran “fuerza y verdad”. No se encuentra en ellos una defensa expresa de posiciones políticas, ni un abierto afán propagandístico, como cabría esperar de un combatiente republicano tan destacado y convencido como Gaya. Cuánto pudo haber de opción estética personal en esta ausencia y cuánto de cálculo y lógica anticipación a los desmanes y desmoches del censor es algo que no sabemos con seguridad, pero no sería razonable ignorar las condiciones de posibilidad que la censura establecía.

El cuento que da nombre al libro es el que abre la serie, Historia de los gatos salvajes, el de mayor fuerza dramática de todos ellos y el que contiene una explícita condena de la irracionalidad de la guerra encarnada en esos gatos salvajes que “habían elegido la guerra y el selvatismo sin siquiera las razones que para ello esgrimíamos los hombres”.

Sigue la Historia del sueño, un paradójico y patético relato en el que el teniente Prádenas, de Transmisiones, incapaz de soportar el sueño, enloquece, y se pega un tiro como “única manera
de que me releven”.

La Historia del prisionero tonto es la de un pobre diablo de cortas entendederas (Regino Fuentes López) hecho prisionero e interrogado por las fuerzas republicanas. Comprobada la absoluta estolidez y desorientación del sorche –“como un modorro muerto de miedo, así estaba”–, es devuelto –regalo envenenado – a las fuerzas fascistas.

La casa de los muertos, una casa en “tierra de nadie” entre las dos líneas de trincheras en la que se decía “había dos muertos sentados ante una mesa”, desata la morbosidad de los soldados de uno y otro bando, lo que da lugar a la inevitable reflexión sobre “el ansia de leyendas del pueblo español” y su inveterada creencia en “embelecos y leyendas desatinadas”.

Un humor más desenfadado es el de La resurrección de Eladio, y amargo el de Muerte de un Internacional, brigadista alemán que muere absurdamente en una corrida de toros cuando “la XLIX Brigada” descansaba en “uno de esos pueblos grandotes y blancos, desparramados y quietos de la Mancha”.

Los otros seis cuentos, los de posguerra, conforman un amplio cuadro en el que se recogen las marrullerías y trapacerías que proliferaron en los años cuarenta, años de plomo, de racionamiento e intervencionismo estatal en beneficio de los vencedores en el poder: desde una estampa presidiaria hasta una narración de ambiente universitario; y, entre ambas, otras cuatro que testimonian algo de la vida de los años cuarenta, pródigos en situaciones de pura picaresca”. Añade Gaya, socarrón, que en esta segunda parte era lógico que “dejara de contener el autor sus inclinaciones a lo bufo y a lo grotesco, dado que de tales matices estaba saturada mucha peripecia cotidiana”. Vencidos, perdedores y humillados, esos son algunos de los personajes que protagonizan historias tristes de marginación y supervivencia. Otros, poderosos y extravagantes individuos sin escrúpulos, son agiotistas y especuladores que se embarcan en empresas –disparatadas alguna de ellas– con desprecio de toda moral y sentido ético. Y pícaros, como los falsos frailes que engañan a respetables señoras –nada inocentes, por cierto–, a quienes sacan los cuartos para la construcción de un “supuesto Santuario Nacional de la Gran Expiación del Monte Carmelo”.


Tratados de arte:

pintura europea

Gaya amaba el arte y se dolía de las “gentes enajenadas voluntariamente de ese portentoso beneficio”. Quiso, con algún “libro misionero” –como lo calificó con cierta sorna– “catequizar a ese espectador que se ha cercenado voluntariamente una fabulosa capacidad de goce” y, con sus muchísimos libros divulgativos, poner el arte al alcance de la gente corriente. “Porque es difícil amar lo que no se conoce. Y el conocimiento ideal, el que comporta un absoluto goce de la obra de arte es el que engloba las circunstancias en que ésta fue creada”.

En Gaya Nuño se produce, por razones obvias –autocensura y censura–, un deslizamiento de la crítica social y política al terreno del arte o, si se quiere, que en Gaya la crítica de arte es, de alguna manera –no explícita–, crítica social y política. Así se refleja en muchos de sus tratados sobre el arte.

 

Libros-catálogo-acusación:
 

monumentos desaparecidos

Catálogos, recuentos, antologías “negativos”, así los califica, con toda justicia, Gaya Nuño. Se trata de tres libros publicados entre 1958 y 1964: La pintura española fuera de España, Pintura europea perdida por España y La arquitectura española en sus monumentos desaparecidos (1961). Estos “robustos pilares de Espasa-Calpe” (G. Borrás), que, con algunos otros  labraron su prestigio profesional y científico pasado el medio siglo, están entre lo más valioso y permanente de su obra. Se encuentran en ellos textos antológicos en los que la denuncia indignada se mezcla con una profunda amargura y desazón. A riesgo de que lo etiquetaran como “historiador entristecido”, Gaya Nuño persistió en la denuncia, insistiendo en que bajo ella había, en el fondo, “una profesión de fe” en el arte.


Historia y guía de los museos de España:

museos España

La denuncia se extendía a los museos, en un libro de la estirpe de los anteriores, “Historia y guía de los Museos de España” (1955), en el que Gaya Nuño daba cuenta de las carencias de estos establecimientos. Para empezar, la ausencia de una política de museos: “en un país tan centralista y uno como es nuestra España, los museos están entregados a las más inverosímiles y plurales iniciativas, a los más diversos mecanismos”. A lo que había que añadir la clamorosa falta de medios y la escasa preparación del visitante.

 

  

 

El románico de Gaya:
 

románico provincia soria

Los escritos sobre la destrucción del patrimonio señalan uno de los centros de interés del Gaya Nuño historiador del arte. Otro fue el Románico, sobre el que realizó su tesis doctoral cuando apenas tenía 20 años, leída en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central y publicada en 1946 por el CSIC y reeditada en varias ocasiones. Con el título de “El romanico en la provincia de Soria” su tesis sigue siendo uno de los estudios más exhaustivos y certeros de este arte milenario en su tierra natal.

¿Y cómo no recordar aquí el clásico volumen V de “Ars Hispaniae” que escribió en colaboración con J. Gudiol Ricart en 1948 y que a tantos estudiantes sirvió para introducirse en la Arquitectura y Escultura Románicas?

El Románico es el estilo en el que Gaya se inició como historiador del arte, el que tenía más a mano y el que identificaba con la tierra, la suya: por su “belleza robusta” y por la “herencia de sus dones concisos, libres, críticos”. Aunque dejara pronto de estar en el centro de sus ocupaciones de estudioso del arte, todavía en 1962 publicaba una Teoría del románico en la que evocaba sus orígenes como investigador, en la “primavera de (su) vida”, en torno a un arte “que había sido el de mi tierra, también en su lejana primavera”.


Juicios sobre el arte y los artistas
 

Picasso

No era Gaya persona que se mordiera la lengua o eludiera la opinión comprometida, ya lo sabemos. Enemigo de la componenda y amigo de la verdad –la suya–, su obra abunda en juicios, siempre fundados y que nunca dejan indiferente al lector. Para Gaya no existía un “estilo nacional (español) fundido con la raza”, “noción (esta) revisable”, decía, contra corriente, en 1949; Velázquez no era un “pintor realista” y tampoco perfecto (por cierto, “sigo sin entender qué cosa puede ser la perfección”); Dalí había perdido “la autenticidad de sus primeras monstruosidades, de sus escalofriantes sueños” por dinero (“en dólares ganados”); “No me gusta Gaudí. No creo en su genio”: “eso que han dado en llamar modernismo, es decir, la concreción tuberculosa, purulenta y cursi, demencial y morfinómana de un cruce de importaciones baratas con motivos vagamente hispanos”; Picasso era una “consecuencia velazqueña” y “sinónimo del siglo XX”; Paul Klee, “especie de brujo máximo de la pintura actual”; la razón principal “para concluir lo mirífico de la obra de Miró” se encontraba “en la limpieza y serenidad de los ojos del artista, que no han perdido su confianza en el lado cristalino, claro y niño de la vida”; la pintura abstracta emplea “todos los procedimientos de la otra pintura. No deja de participar de sus lacras y estigmas. Pero es pintura, y esto nos interesa plenamente. Por lo demás, ha creado obras de sorprendente y desusada hermosura”; el gran cuadro de historia de la segunda mitad del siglo XIX, lastrado “por la mentira total del conjunto, por la falsía de sus imprecaciones y gritos…”; el artista, “la misma criatura infantilmente soberbia, hipersensible –hiperestática, pudiéramos decir– al elogio y la censura, vigilante del rival y de su triunfo o fracaso, frecuentemente desconectada de cualquier actividad que no sea la suya”...